Era previsible: el agua volvió. Sin embargo, ahora los lugares más golpeados fueron, justamente, los principales centros poblados. La Ciudad de Buenos Aires y la capital provincial bonaerense, La Plata, y por eso se notó más.
El hecho, junto con la irremediable pérdida de vidas humanas, puso otra vez sobre la mesa algo que desde el interior se viene reclamando y alertando desde hace más de una década: la imprevisión, la falta de planeamiento estratégico, la ausencia de planes de mediano y largo plazo, y el profundo déficit de infraestructura en que se hunde, cada vez más, el país.
Tal vez hacía falta que murieran cerca de 60 personas para que ahora, las autoridades de todos los niveles (Nación, provincia, municipios), pongan manos a la obra de una vez y se hagan los planteos estructurales demorados casi desde que comenzó este siglo, y en algunos casos más aún.
Sin embargo, no habría que ser demasiado optimista al respecto.
Es cierto que lo ocurrido en término de vidas humanas no tiene precedentes, pero si lo tienen las pérdidas económicas, y hasta el momento –a pesar de la recurrencia– no alcanzaron para que, si quiera, se les prestara atención.
De hecho, en agosto y septiembre pasado, se inundaron entre 7 y 10 millones de hectáreas en distintas localidades de la provincia de Buenos Aires, algunas de las cuales aún no consiguen que se les declare, aunque sea, la Emergencia Agropecuaria para poder postergar el pago de impuestos y créditos.
Pero el tema va muchísimo más atrás.
Y aún sin necesidad de remontarse demasiado en el tiempo, la seguidilla de inundaciones de los ´80 en la Pampa Húmeda, desembocaron en el famoso Plan Maestro de los ´90, con la laguna La Picaza de Santa Fe incluida.
Es casi imposible calcular las pérdidas acumuladas por los excesos hídricos solo en estas tres décadas. El Salado y el Rio V en Córdoba y en el oeste de Buenos Aires. También en el norte bonaerense junto con la Cuenca del Salado hacia el sur. Y, demás está decir, que el bendito Plan nunca llegó a completarse (aunque se avanzó en algunas etapas).
Cosechas, hacienda, infraestructura (alambrados, instalaciones, galpones, etc.) se contabilizan entre los innumerables bienes perdidos, se podría decir “inútilmente ¨, ya que buena parte de esto se podría haber evitado si se hubieran hecho las obras largamente reclamadas, y sobre las cuales nadie parece hacerse cargo. Ni entonces, ni ahora.
Alguna vez se dijo, en esta misma columna, que si los holandeses fueran como los argentinos, los Países Bajos no existirían ya que ellos están 6 metros por debajo del nivel del mar y aun así viven, no se inundan, producen, y son los primeros exportadores de alimentos del mundo.
Una gran diferencia con la Argentina. Tal vez demasiado grande.
Es que en las últimas grandes inundaciones tal vez no se perdieron tantas vidas humanas como ahora, pero si se perdió el esfuerzo de toda una vida de muchísima gente, aunque eso parece importar poco a esta altura.
Ahora ¨el agua¨ ocupa todos los titulares. Básicamente porque el problema es en el corazón de dos de las ciudades más importantes del país y, aún así, ¿alguien puede garantizar que este será el tema de la semana próxima?
Realmente el desprecio con el que los dirigentes políticos de este país tratan a la gente de cuyo voto dependen es sorprendente. También lo es la falta de conciencia pública sobre los derechos de que dispone cada ciudadano.
Y, si se hila más finito aún, se podría decir que es igual de sorprendente la capacidad de desperdiciar oportunidades y recursos que tiene la Argentina que, siendo un país pobre, dilapida como si fuera rico… (cosa que los realmente ricos no hacen).