Escribe Susana Merlo
Históricamente la Argentina tuvo en su sector agroindustrial, uno de sus puntales más fuertes, aunque el estancamiento que arrastra en las últimas décadas lo esté enmascarando.
Ya desde poco después del descubrimiento, la primera fundación, y aún antes de la Independencia, los saladeros, los cueros y algunos frutos habían fundado la base del intercambio comercial argentino potenciado desde entonces, por la escasa población (que no llegaba a consumir lo que producía), y la variedad y riqueza de sus tierras y climas que la convirtieron en uno de los países más ricos del mundo y un imán para los inmigrantes.
Sin embargo, la aparente condición de “rico vergonzante” de la producción agropecuaria, determinó que, en lugar de consolidar sus ventajas (como si lo hicieron Estados Unidos o Canadá), utilizara buena parte de esas riquezas que generaba para subsidiar otras actividades ineficientes que, incluso, durante muchas décadas necesitaron del cierre de la economía por su incapacidad para competir con productos que podían venir del exterior.
Las sucesivas intervenciones de los mercados (financieros y de productos, en especial, alimentos) hicieron el resto y así se llegó al siglo XXI, con un sector agroindustrial anémico y una “industria” convencional que nunca llegó a despegar para caminar por si misma.
A pesar de todo, sin embargo, la baja población permitió que la producción agropecuaria siguiera pesando a nivel mundial, no en los primeros lugares como hace un siglo atrás, pero aún con mercados de calidad y contando, además, con todo su potencial de origen, además de la ayuda de los exponenciales avances tecnológicos que caracterizan la época actual.
Y, aunque muy lejos de lo que podría estar produciendo, si el clima no se complica, esto se va a comprobar el próximo año cuando la cosecha de granos puede llegar a rondar los 148-150 millones de toneladas (máximo histórico), arrancando por un trigo que se ya comenzó a cosecharse en el norte, y que puede superar el récord de 23-25 millones de toneladas.
Este volumen está lejos de los 180-200 millones de toneladas que debería tener ya el país pero, muestra un cambio de tendencia que se debería consolidar.
Algo similar ocurre con la carne vacuna, aunque el récord en este caso, no sería por volumen (3,5 millones de tn, que ya deberían estar superando, al menos los 5 millones), sino por precio, ya que el mercado internacional está mostrando una solidez inédita, lo que puede ayudar a revertir el achicamiento que viene sufriendo el rodeo, para comenzar a recuperar parte del terreno perdido.
Lo mismo se puede decir de la fruticultura, la miel, la lechería o la forestación, por citar solo algunos ejemplos. Sin embargo, lo más importante, es que finalmente la política en general, internalice que el sector agroindustrial es el único que ya está listo para los saltos productivos, y para un crecimiento sostenido del monto de exportaciones.
De hecho, el principal ingreso de divisas del próximo año volverá a ser el agropecuario encabezado por la cadena de la soja. Y tan importante como esto es el hecho de que “el campo” es el que muestra el balance dólar más positivo, ya que sus exportaciones son mucho mayores a las importaciones de insumos que requiere para su producción.
Y ese punto no es para nada menor, cuando un país está en las condiciones económicas y financieras que hoy atraviesa la Argentina.
Lo concreto es que este año el campo y sus industrias derivadas, además de abastecer el mercado interno de alimentos, va a generar más de U$S 40.000 millones por exportaciones, con productos que estarán llegando a 130 mercados, y activando la economía de todo el país, desde, Tierra del Fuego a La Quiaca, mientras que la cifra puede elevarse a U$S 48-50.000 millones el año próximo (2026), aunque los precios agrícolas no se recuperen del todo todavía.
De ahí que las expectativas no deberían ser menores en el sector político, donde algunos todavía solo ven “negocios” en el carry trade….













