Escribe Susana Merlo
Al margen del error casi permanente de considerar que “agregación de valor” y “proceso industrial” son sinónimos, últimamente se fue sumando confusión alrededor del tema y más de estos conceptos siguen siendo superados rotundamente por la tecnología que descoloca, sin remedio, el relato de varios funcionarios.
Y, seguramente, es en el sector agroindustrial donde surgen los ejemplos más extremos, entre otras cosas, porque es uno de los más eficientes y modernos productivamente hablando, porque además ocupa la totalidad de la extensión territorial del país (y del mar circundante), y también, porque es el que justifica el mayor ingreso de divisas por exportaciones, y sin ayudas “artificiales” como subsidios, reintegros, etc., herramientas que “elevan” el tipo de cambio, como ocurre en muchos rubros de la industria metalúrgica, siderúrgica, o textiles, entre los casos más extremos y conocidos.
Que “el campo” fue considerado como el enemigo del Gobierno por casi una década no es ninguna novedad, y que el discurso del nuevo gobierno intenta ponerse exactamente en el extremo opuesto también es sabido. Sin embargo, esto no queda tan claro a la hora de transformar el “relato” en políticas concretas para alcanzar el fin declarado.
“Productividad” y “eficiencia” forman parte de los pilares aparentemente pretendidos. Sin embargo, es casi imposible pensar en lograr avances en la materia en el área privada si, simultáneamente, el sector oficial no hace otro tanto.
Y, si bien los recursos públicos son escasos tras más de una década de desaprovechamiento, y forzosamente se deben priorizar las asignaciones, también es cierto que al sector agroindustrial se le impidió capitalizar, aunque sea parcialmente, la extraordinaria situación internacional de casi una década, en materia de precios de granos, carne, y leche (como si lo hicieron los países vecinos y los competidores), por lo que hoy en muchos rubros está descapitalizado, y hasta “hipotecado”, como ocurre en materia de nutrientes, atraso en el parque de maquinarias, o en infraestructura, etc.
Al mismo tiempo, y excepto que se crea que el recorte de los impuestos a la exportación (retenciones) constituyen la totalidad de la política sectorial o, siquiera de la fiscal, es impensable que se pueda producir un abrupto cambio alcista en la producción agropecuaria si no se recupera urgentemente la competitividad, vía la disminución del hoy altísimo costo argentino; se abarata en forma abrupta el costo del dinero para la producción, y se simplifica y disminuye la abrumadora presión fiscal que aún pende sobre los sectores productivos en general.
Ni hablar que también la administración pública debe aplicar la misma receta, para que efectivamente se pueda “despresurizar” a los privados en forma estructural. Mientras esto no ocurra, las cosas no pasarán de una expresión de deseo.
Los mismos deseos de producir más que tiene el campo, pero que por ahora no se va a materializar, al menos, en la medida de las expectativas. De hecho, ya comenzaron a caer los pronósticos de siembra de trigo y más aún las de cebada, en estos casos por una conjunción de las limitantes anteriores y por el mal clima. Esto determinaría que, al margen de la calidad, el área triguera apenas superaría los 4,5 millones de hectáreas, solo 10% más que en el ciclo anterior, mientras que la cebada no alcanzaría ni un millón de hectáreas.
Con los granos gruesos, el reacomodamiento es constante mientras sigan flojos los precios internacionales, lo que ya determinó que nuevamente la soja comenzara a ganar parte del terreno que prometía sacarle el maíz, debido a su rusticidad (no hay que olvidar que es un “yuyo”), y el menor costo de implantación.
Se podría dar la paradoja, incluso, que si no se corrigen los números de las artificialmente abultadas cosechas y áreas anteriores, la campaña 16/17 que ya comenzó, y que sería la primera “plena” de la Administración Macri, podría ser similar (y hasta inferior?) a los 123 millones de toneladas que dijo haber obtenido Cristina Fernández en la 14/15 y que, hasta hora, siguen colgados de las estadísticas oficiales.
En ganadería, donde las respuestas son más lentas, y ante las buenas expectativas la retención de vientres es indiscutible, hasta podría caer inicialmente la producción de carne por la disminución de la faena.
Y así en todos los rubros. Por eso es fundamental el crecimiento de los volúmenes a obtener vía mejorar la productividad, pero no es mucho lo que se ve hasta ahora en la materia. Al contrario.
Es que ni las altas cargas laborales, ni las tasas de interés del capital (que, aunque parezca de Perogrullo, hace falta para producir), ni los costos de insumos como el combustible, ni los servicios están bajando, ni se prevé que lo hagan. Por el contrario, aumentaron y hasta donde se sabe, lo seguirán haciendo.
Parece evidente, a esta altura, que la prioridad del gobierno entonces, pasa por otro lado, tal vez, igualmente legítimo o estratégico. ¿Para que entonces el relato, la presión sobre los sectores productivos privados, si no se ve el achicamiento de los gastos públicos, ni hay mejora tampoco de la productividad oficial que permitirían el crecimiento genuino sectorial?.
Igual que en la famosa película de Isabel Sarli, cuando la protagonista pregunta lo obvio, ante un señor que se le acercaba amenazante: “¿Qué pretende usted de mí?”, también el sector agroindustrial se está planteando lo mismo ante las diferencias oficiales entre “el dicho y el hecho”. ¿No sería mejor entonces informar sobre que política se va a seguir “realmente”, evitando crear falsas expectativas, y que cada uno haga la apuesta que crea más conveniente, y tome sus recaudos?