El Diario de...

Susana Merlo

Una mirada distinta de la Agroindustria

Suponer que tras una década de desmanejos económicos y desbordes de gastos, la salida sería fácil, era una simplicidad de voluntaristas, o el fruto del desconocimiento de los inexpertos.

Y, como ocurre casi siempre en muchas de las situaciones críticas de la economía, son justamente los alimentos, uno de los principales termómetros del nivel de complejidad de lo que está ocurriendo.

En tal sentido, lo que sucede hoy es que los precios de la mayoría de ellos se “dispararon”, y no se estuvo produciendo más. Ambos términos de la ecuación tienen sus justificaciones.

En el primero, porque evidentemente la demanda siguió convalidando los aumentos, y eso debido a que la emisión monetaria, aunque descendente, se mantuvo durante buena parte de los 2 meses que lleva la nueva Administración Macri. Seguramente, a partir de ahora se debería estabilizar/debilitar la presión de la demanda y, por ende, tenderían a bajar o estabilizarse los precios en forma relativa.

Pero lógicamente no fue solo eso. El hecho es que en el ínterin también continuaron los aumentos de varios costos, incluyendo los combustibles, energía, precios de insumos importados ante el “blanqueo” del nivel del dólar, etc..

A esto se debe agregar la expectativa de un dólar por encima de los $ 13,50-$ 14 en los que se ubicó y, como nadie quiere perder, los eslabones comerciales se cubrieron, en tanto y en cuanto, la demanda siguió presionando sobre los precios.

Sin duda, también hubo algunos excesos, que hasta el momento no están demasiado claros.

El segundo aspecto, la producción limitada, también responde a distintos factores, desde los estacionales que impiden ciertas actividades, hasta la duración de los ciclos de la naturaleza, pasando por el hecho –para nada menor- de que productores e industriales de alimentos (usinas, polleros, frigoríficos, vitivinicultores, etc.), no tienen liquidez y, peor aún, están endeudados. No tienen con que producir más. No hay plata para invertir.

A estos factores “internos”, hay que agregarle los condimentos extra, como el clima (que se está comportando en forma ambigua hasta ahora), y los mercados internacionales que, en el caso de los alimentos, están flojos en general, con la sola excepción de la carne vacuna, que sigue su tendencia levemente alcista en el mundo. En el extremo opuesto, se ubica la leche que en estos días atravesó, a nivel internacional, el umbral de los U$S 2.000 por tonelada, tras haber cotizado a casi U$S 6.000 en plena era Moreno (lo que se desaprovechó absolutamente).

En este punto, hay que considerar, además, que la brutal caída de competitividad de los productos argentinos debido, entre otras cosas, al muy bajo nivel al que llegó a caer el dólar, además de las menores cotizaciones internacionales, determinó en algunos rubros, la aparición de abultados stocks, que ahora pesan sobre los precios de la materia prima local, caso el vino, la leche, etc. (aunque, aún así, no se registren “bajas” a nivel de los mostradores).

Si esto es correcto, lo que cabe esperar entonces, es un aumento de la tensión, ya que el acomodamiento natural del mercado (si cae la demanda, finalmente terminan bajando los precios, o desapareciendo la actividad si no puede adaptar los costos), es siempre más lenta que lo necesario, lo que dispara la inmediata reacción de algunos funcionarios “voluntaristas” o “ansiosos”, que pretenden ver en una eventual importación, la solución a los picos de precios. Esto ya se vió, lamentablemente, desde hace décadas, en el caso de la carne.

Sin embargo, al ser Argentina un país neto exportador de alimentos, esa posibilidad se dificulta. Por caso, ¿de donde se podría importar carne en los volúmenes suficientes?, ¿de Australia?, ¿de EE.UU?, ¿de alguno de los países vecinos?. Pues en este caso, además de que todos los proveedores tienen bien definida su “clientela”, los precios son muy similares a los locales, y si se le suman los fletes (por más que los internacionales bajaron mucho en concordancia con el petróleo), el valor del producto importado internalizado termina siendo superior al local.

Nada que agregar respecto al gusto y al tipo de carne que, en general, es de animales mucho más grandes y pesados que los que consume el mercado local, por lo que las importaciones pueden ser solo de algún corte excedente en mercados muy cercanos, pero no mucho más. Al respecto, se dice que el máximo que se llegó a traer de Uruguay fue de 10.000 toneladas. Por otra parte, el proceso llevaría varios meses de instrumentación.

¿Se puede importar trigo?. Brasil, un tradicional cliente de Argentina, tuvo que recurrir a Rusia o a Canadá, cuando la producción local cayó a niveles que apenas alcanzaba para el consumo local, y con calidades cada vez más bajas.

En el caso de los granos, se podría agregar, además, que los puertos argentinos están preparados para “cargar”, no para “descargar”, lo que implicaría hacer obras de adaptación a los nuevos requerimientos.

Otra. ¿Se puede importar fruta, mientras se siguen dejando miles de toneladas sin cosechar por falta de recursos?

Y este es, tal vez, el punto central, ¿si no se puede socorrer ni estratégicamente a los sectores productivos más comprometidos, con que plata se va a importar??.

Evidentemente, el Gobierno está “entre la espada y la pared”. El ordenamiento es complejo, mucho más si el plan y los objetivos no parecen demasiado claros aún. Y, como siempre se dice, con plata lo hace cualquiera, el asunto es cuando hay que poner creatividad, nuevas herramientas, y un verdadero equipo en funcionamiento, además de un “relato” que le diga claramente a los consumidores y a los productores, que es lo que se enfrenta, y cuales los sacrificios que habrá que afrontar para poder salir adelante, más allá de la coyuntura.

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