En estos días, por primera vez públicamente, un dirigente del sector reconoció que si la Argentina eliminara una serie de medidas restrictivas para la producción e igualara las políticas que en la materia aplican los restantes países del Mercosur (sin retenciones, restricciones a la exportación, atraso en el tipo de cambio, etc.), se podría duplicar, al menos, el volumen de cosecha de algunos productos.
La afirmación se dio en coincidencia con la información acerca de que Brasil, por primera vez, desplazará a los Estados Unidos como primer productor mundial de soja.
El dato venía a cuento del maíz, pero también se podría aplicar al trigo, la leche, la carne, el sorgo… Tal vez, con la única excepción de la soja que podría registrar una baja relativa que, de todos modos, no vendría nada mal para equilibrar mejor las condiciones ambientales hoy brutalmente desfasadas a favor de la oleaginosa y en contra del ambiente.
Lo sorprendente es que en ese escenario, la Argentina hoy ya estaría superando holgadamente los 120/130 millones de toneladas de cosecha (más 10/12 millones de toneladas de trigo; más 15/20 millones de toneladas de maíz, etc.).
Esto, a su vez, implicaría cubrir una buena parte de las metas que proponía el ampuloso PEA (Plan Estratégico Agroalimentario) para el 2020, y para el cual se gastaron alrededor de $ 200 millones (en épocas del dólar de $ 3) antes de desarticularlo. Y esto, solamente con la no intervención del Gobierno en el mercado.
Pero también significaría una fuerte reactivación económica en muchas provincias, en la actividad industrial relacionada, en el transporte, en los servicios concurrentes y en todo lo que hoy ya se sabe que implica la generación de materias primas agropecuarias, y su posterior procesamiento y comercio.
Por supuesto que, usando la terminología técnica de hoy, todo este planteo se debería inscribir más en el terreno de lo “virtual” que en el de lo factible, pero es interesante hacer el ejercicio de pensar, aunque sea, en lo que significaría esa posibilidad.
Es que, entre otras cosas, el país dispondría de alrededor de 30/40 millones de toneladas de granos extra para exportar, lo cual significaría un ingreso adicional de divisas de, al menos, US$ 10.000/12.000 millones, con un ingreso fiscal solo por vía de retenciones de US$ 3.000/3.500 millones.
Solo esto calmaría bastante el ánimo oficial, requerido como está hoy de dólares.
Sin embargo, si esta posibilidad virtual pudiera por algún artilugio mágico concretarse (nadie espera en realidad que el Gobierno se de cuenta de estas ecuaciones obvias y corrija sus políticas), tampoco sería posible capitalizarlo, simplemente porque hoy el país no cuenta con la infraestructura para movilizar 120/130 millones de toneladas de granos (en realidad, ni siquiera para 90 millones, y el mejor ejemplo es lo que está ocurriendo con la cosecha actual y el colapso en distintos puertos).
No se hicieron las obras. No se tomaron las previsiones y, por ende, lo único que se lograría en los primeros años es un descomunal colapso con pérdidas y conflictos extraordinarios.
Pero, como se dijo, este es un planteo “virtual”, por lo que se podría pensar que, al menos, se evitará este conflicto. También se puede negar que se estén perdiendo posibilidades irrepetibles o que la Argentina no esté dejando de ganar miles de millones que nunca llegarán a la economía real; y que, de todos modos, nadie se vaya a hacer cargo de semejante pérdida, entre otras varias cosas más.
Todo es posible en un mundo “virtual”.
Lo grave es cuando, como ahora, el mundo se torna “real”.
Cuando la economía deja de crecer, cuando las reservas se escurren geométricamente, cuando la brecha en el tipo de cambio se acerca a un alarmante 100%, cuando se destruye sistemáticamente al empresariado que ya no aguanta las pérdidas (y no solo en el campo y sus agroindustrias), y a los capitales del exterior que dejaron de venir a la Argentina hace rato, ahora se le suman también los locales que se van, no importa a qué costo.
Sin dudas, entonces, el país “virtual” que podríamos ser se encuentra en las antípodas del país “real” que somos.