Escribe Susana Merlo
El cambio de año tradicionalmente obliga a un balance y el campo, como cualquier sector empresario, cae en las generales de la ley del resto de la economía productiva del país, es decir que, si bien aún se mantiene algo del mejor humor que implicó el cambio de Gobierno a fines de 2015, sigue sin aparecer una marcada reacción al crecimiento que, hasta ahora, y en el mejor de los casos, en el campo es apenas “vegetativo”. Por el contrario, rubros que ya venían complicados durante la Administración K, profundizaron la crisis, tal es el caso de la lechería, o la fruticultura, a la que luego se le agregó la avicultura en estos últimos dos años.
Suba de costos, mayores impuestos, combustibles y salarios, confluyeron durante el año pasado para constituir un combo complejo, al que se le sumó el debilitamiento de las cotizaciones internacionales de los granos, y el exceso de lluvias local (por 4º año consecutivo), lo que también limitó la producción.
Aún la ganadería vacuna, que es la que ostenta los relativamente mejores indicadores, sigue en un estado de muy lento crecimiento, muy alejada aún de las posibilidades de recuperar, al menos, el stock que tenía en los primeros años del 2000.
Sin embargo, es la falta de liquidez y el alto costo del dinero lo que más limita la posibilidad de crecimiento y recuperación. Por otra parte, el tipo de cambio y el costo de los fletes, terminan de sacar de competencia a la mayoría de los rubros que, tradicionalmente, constituyeron el fuerte de las exportaciones locales.
De tal forma, con un consumo interno amesetado, y tal vez, en sus máximos posibles por el poder adquisitivo de la población (hace 9 años que no crece el ingreso per capita), y con exportaciones acotadas por el costo de los fletes y el nivel del dólar, es difícil pensar en un crecimiento genuino -y justificado- de la producción, ya que resulta imposible colocarla, dentro o fuera del país.
Según los analistas financieros, tanto la salida de dólares (baratos) por turismo, como el nivel de atesoramiento, por la misma y otras razones, son récord. A su vez, la IED (inversión extrajera directa) no se mueve y parece estar cada vez más lejos de los ´90, mientras que las colocaciones locales tampoco despegan, más allá de la obra pública con endeudamiento, y el crédito inmobiliario que mueve la construcción (al margen, claro está, del sector financiero).
Conclusión: ¿para que producir si no hay más consumo y no se puede exportar?
Por otra parte, si se tiene capital la renta financiera es mucho más atractiva que la de la producción y, por el contrario, si falta el capital, conseguirlo es carísimo.
En ese contexto no puede extrañar el estancamiento productivo del campo, probablemente el sector más activo de la economía que, desde hace 5-6 años está prácticamente detenido, aunque el potencial de crecimiento agroecológico sigue existiendo.
El “campo” es, además, el principal inversor que tiene el país, ya que cada año aplica al menos U$S 25.000 millones para la producción que luego abastece al mercado interno y a la exportación.
Pero en granos, se mantienen los 35-37 millones de hectáreas y las 123-128 millones de toneladas (reales), más allá de los supuestos “récords” de los que siguen hablando funcionarios, y algunos medios “más papistas que el Papa”.
En lechería siguió disminuyendo la cantidad de tambos y el volumen, ahora a alrededor de 9.000 millones de litros, mientras que en frutas ocurrió exactamente lo mismo.
La madera, uno de los rubros más expectantes a nivel internacional, sigue anclada en poco más de un millón de hectáreas, aunque hay más de 20 millones forestables, y así sucesivamente.
Aún la ganadería, que parece concentrar las buenas noticias oficiales, todavía está 4-6 millones de cabezas por debajo de los guarismos de hace 12-14 años; el nivel de producción de carne apenas supera las 2,5 millones de toneladas, y las exportaciones solo alcanzan 5-8% del volumen total, y hace más de 10 años que no se completan siquiera las 31.000 toneladas de la Cuota Hilton, de cortes premium, de alta calidad, sin arancel, para la Unión Europea. Tal vez en este ciclo se acerque un poco más a esa cifra, pero seguramente sin totalizarla tampoco. Muy lejanos parecen aquellos tiempos en que la mayor discusión del año era como distribuirla…
Con este escenario no puede extrañar entonces que la balanza comercial haya arrojado un alarmante déficit de alrededor de U$S 9.000 millones, que pueden ascender a U$S 14.000 millones en 2018, de no mediar cambios de envergadura. De hecho, la producción del sector se prevé muy similar a la del año pasado, y eso si la seca no afecta más los rindes de la próxima cosecha.
Es que si el sector más dinámico del intercambio comercial, el campo y sus agroindustrias, se estancan (como ocurre en la actualidad), el más mínimo crecimiento de las importaciones termina en un gran desfase del comercio negativo para la Argentina, que no se corrige con viajes de funcionarios, ni con declaraciones de amistad de los distintos países, durante visitas oficiales.