Tiempo de descuento para el campo.

Como si fuera un hecho fortuito, espontáneo, de golpe irrumpió en el escenario de las empresas el tema del endeudamiento y de la crisis económica. El campo no es la excepción.

Pero en realidad, el asunto viene desde hace bastante tiempo atrás. El incremento de costos, la caída paulatina de la rentabilidad, la pérdida de competitividad, etc., no son asuntos nuevos, aunque lo parezcan para algún distraído.

Se podría decir que tras la devaluación y salida de la Convertibilidad de Eduardo Duhalde en 2002, que permitió licuar buena parte de los pasivos que tenían las empresas, y favorecidos además por el atraso relativo que sufrieron en aquel momento los precios de los servicios (ya que no se les permitió, entonces, la actualización acorde con el nuevo nivel del peso), que quedaron comparativamente baratos, sobre todo, respecto a los otros países productores y competidores, los locales pudieron mejorar significativamente su ecuación, aunque fuera en forma un tanto ficticia.

Sin embargo, en el caso del agro, el factor realmente determinante fue la reacción alcista que fueron teniendo los precios internacionales de los principales productos (sobre todos los granos) tras su piso en 2001. A partir de allí hubo primero una recuperación que, a partir de 2004, se transformó en una corriente fuertemente alcista de las cotizaciones que fue, en rigor de la verdad, la que posibilitó un período de cierta tranquilidad y bonanza que al menos en los ánimos, se cortó abruptamente en 2008 con la pretensión oficial de imponer un nuevo aumento a las retenciones, esta vez “móvil”, la famosa Resolución 125.

Cristina Fernández había asumido 3 meses atrás.

Pero tal vez por casualidad, u otras razones, durante los 4 años del mandato de Néstor Kirchner, aunque el campo tampoco gozaba de muchas deferencias, y ya se sucedían cantidad de medidas de corte antiproductivo (controles de precios, restricciones, intervenciones variables en los mercados, subsidios arbitrarios, etc.), los márgenes económicos del sector permitían enmascarar cualquier exceso, cantidad de errores, transferencias crecientes de recursos a otros eslabones de la cadena e, igual, quedaba resto.

Todo iba ocurriendo, pero no se sentía, y pocos querían darse cuenta de la realidad.

Hasta ahí, incluso, la Argentina todavía era “exportadora” de energía.

Pero con el nuevo período presidencial esa realidad se fue transformando paulatinamente, los errores se profundizaron, los excedentes primero se acabaron y luego se transformaron en déficits (energía, carne, etc.), y a partir del segundo período (diciembre 2011) los tiempos de deterioro se aceleraron hasta llegar a la situación de hoy, en la que ya no hay “joyas de la abuela” para hipotecar, y se hace imperiosa la urgente adaptación de correcciones que lleven algún alivio a sectores en general y a empresas en particular, que ya no pueden absorber los costos crecientes.

Los niveles de endeudamiento van en aumento, y mientras que las empresas que se orientan al mercado local ya llegaron a sus techos de demanda (aún con las importaciones virtualmente cerradas), las producciones enfocadas a la exportación están jaqueadas, tanto por el tipo de cambio no competitivo que tiene hoy el país, como por las restricciones cuantitativas (cupos, cuotas, permisos, etc.) que les impide vender en el exterior.

Es una obviedad: si no se puede vender (dentro o fuera del país), no se puede producir.

Así, la repentina realidad empresaria actual habla de deudas oficiales casi estructurales (IVAs, reintegros, compensaciones, etc.) que le restan liquidez, costos de producción en alza, y ventas acotadas, resentimiento de la cadena de pagos en aumento, y un endeudamiento creciente que de no corregirse, terminaría con cierres de empresas, aumento de la desocupación por despidos, y un sensible achicamiento de la economía global.

En el campo la situación es mucho más explícita. Se ve.

Cayeron los arrendamientos, hay campos que van a quedar vacíos y seguramente va a bajar el área de producción agrícola total. También está cayendo nuevamente la demanda de insumos (agroquímicos, semillas, fertilizantes, etc.), y por lo tanto aún con buen clima, es muy probable que la próxima cosecha apenas ronde los 90/93 millones de toneladas, volumen que podría ser menor si los precios internacionales (hoy sostenidos) vuelven a debilitarse.

En lechería también se prevé una nueva disminución del volumen total. Mientras que en ganadería no solo ya se paró la recomposición del alicaído rodeo que se estaba produciendo, sino que la creciente participación de hembras en la faena hace temer un nuevo período de liquidación del rodeo, como ya ocurrió entre 2007/2010.

En síntesis, un círculo vicioso, improductivo, en el que finalmente quedó al desnudo el resultado, largamente enmascarado, de una política oficial que se centró durante años en “profundizar el modelo”, en lugar de corregir los errores.