Agricultura aun no asume.

Tal vez por la sorpresa del nombramiento (fuera de libreto). Tal vez por la historia que imprime una carrera profesional de 4 décadas como técnico de un organismo público. Tal vez por la imposibilidad (hasta ahora) de armar un equipo sólido, coherente y pragmático; o por la razón que sea, la realidad es que la cartera de Agricultura todavía no comienza a actuar, como si aún no hubieran asumido, o no tuvieran demasiada claridad en las órdenes recibidas.

Lo concreto es que los primeros 15 días del nuevo equipo agropecuario muestra más que magros resultados, con errores políticos, contradicciones internas y una floja performance que recuerda, más vale, cuando el área era solo Secretaría de Estado y dependía de un poderoso ministro de Economía.

Algo de esto se vio cuando Axel Kicillof se hizo presente en el edificio de Paseo Colón, para la asunción del equipo y, en general fue tratado como un jefe y no como un par (el superior “real” de ambas carteras, es Jorge Milton Capitanich). O cuando aún estaba en el Gabinete el polémico Secretario de Comercio, el omnipresente Guillermo Moreno.

Se suponía que con su remisión justamente se lograría un cierto reordenamiento, y que muchas áreas (entre ellas Agricultura) recuperarían una capacidad de gestión que había sido desplazada paulatinamente hacia la poderosa secretaría de Estado.

Hasta ahora, sin embargo, no es así y la fijación de una nueva pauta de controles de precios, buena parte de alimentos, sin que haya participación de Agricultura, da cuenta que, por el momento, todo sigue igual que antes.

Por supuesto, que las poco felices declaraciones del novel Ministro Carlos Casamiquela, en el sentido de que las entidades nacionales del campo –la Mesa de Enlace– no eran representativos del sector, lo que rápidamente trató de ser reinterpretado y minimizado, no ayudó para nada al arranque de una gestión que muchos querían creer que era totalmente distinta a la anterior.

El hecho de que además se le haya impuesto a Casamiquela la permanencia de al menos media docena de funcionarios del equipo saliente (se supone que por protección política, como el caso del ex piquetero Emilio Pérsico), tampoco es indicador de demasiada independencia o fuerza a la hora de tomar decisiones.

Esto mismo se confirmaría por la demora en contestar a los pedidos de audiencia, al hecho de reunirse sin embargo, con organizaciones mucho menores y que incluso poco o nada tienen que ver con el campo (CAME), y que haya sido el propio Capitanich el que ya comprometió un encuentro (con o sin Agricultura), lo que alejaría más a Casamiquela del lugar de las iniciativas y, más vale, lo pone en el sitio de solo recibir órdenes.

Pero si todas estas son señales que prenden algunas luces de reserva, lo que cobra un cariz bastante más grave es el contenido de las primeras declaraciones del funcionario hablando, básicamente, solo de planes de mediano y largo plazo, como el controvertido PEA (Plan Estratégico Agroalimentario) que intentarían reflotar, y sin decir palabra sobre algunos de los infinitos problemas urgentes que atraviesa el sector, desde el endeudamiento a la falta de mercados, o desde la pérdida de transparencia en la comercialización hasta la alarmante pérdida de competitividad, o al hecho de que siga cayendo el área triguera, la producción de carne vacuna, de leche o de fruta, entre otras muchas urgencias.

Tal vez, antes de hablar del 2020 o del 2030, aunque sea muy importante, habría que solucionar el tema de la emergencia agropecuaria, la interacción con Obras Públicas para concretar algunas obras estratégicas imprescindibles o ver que se puede hacer para que las producciones que están a más de 450/500 km. no queden fuera del mercado por los altos fletes, entre otros muchos temas.

Es difícil explicar porque se habla de lo que se podría producir dentro de 20 años si no se están encarando (ni siquiera reconociendo) los problemas que impiden que se produzca hoy.

¿Es más importante decir que se podría alcanzar 160 millones de toneladas en la próxima década, o reconocer que hoy tendríamos que tener 30/40 millones de toneladas más, solo con remover frenos y cuestiones de inseguridad jurídica que impiden las inversiones y que los productores se desarrollen adecuadamente?

¿Se va a seguir hablando de la búsqueda del “cisne negro”, como dice el PEA, o que se va a hacer con la asfixiante presión impositiva actual que deriva recursos de la producción a la caja sin fin del gasto público descontrolado?

Evidentemente el lugar del nuevo Ministro de Agricultura no es, justamente, el más cómodo, pero es probable que lo más difícil contra lo que va a tener que luchar es su propia historia de técnico, alejado de la realidad cotidiana de las empresas, jaqueadas desde hace años por una política adversa, y que son las respuesta que le va a exigir el sector en forma perentoria.