Las producciones olvidadas: los ovinos (I)

Escribe Susana Merlo

 

La majada argentina llegó a ser de 74,4 millones de cabezas (1895), pero hoy apenas supera los 12 millones y, si bien se ensayaron cantidad de hipótesis sobre la declinación de los ovinos en el país, ninguna de ellas acierta a explicar la razón de semejante caída.

 

Con CCLL (Carne, cuero, leche y lana) en sus alforjas, es casi imposible explicar su reducción permanente y su sustitución por otras actividades, y eso solo donde otras alternativas son factibles. Sin embargo, en extensas regiones como la patagónica, prácticamente no hay otra posibilidad y aún así, el retroceso se mantuvo.

 

Tanto es así, que hasta los últimos datos del Ministerio de Agricultura retrasan ya 3 años, y cuentan (apenas parcialmente) lo que pasaba en 2021, es decir, 3 gestiones de la cartera para atrás (Julián Dominguez, Juan Jose Bahillo, Fernando Vilella).

 

Y, si bien es cierto que hubo distintos problemas que pesaron sobre la actividad a lo largo de los años, desde las extremas distancias, al crecimiento (y falta de manejo) de los depredadores; desde la ausencia de un adecuado plan de industrialización y proceso (tanto para carne como para lana), hasta la falta de controles sobre la transparencia de los mercados, pasando por problemas sanitarios, paraarancelarias, y “aduanas interiores”, por mencionar solo algunas, nada de todo eso explica porque hasta los vecinos, como Uruguay o Brasil (con su clima extremo) superan ampliamente a la Argentina en ovinocultura.

 

Producen más, consumen más, exportan más….

 

¿Cómo explicar que, habiendo superado durante décadas a los vacunos, y a pesar de la baja perfomance también de esta especie en las últimas décadas, los ovinos hayan desaparecido de amplias regiones de Argentina?

 

¿Porque, siendo una actividad que se presta como salida o complemento para los pequeños y medianos productores (de hecho, más del 85% de los establecimientos que quedan, lo son) no se la utiliza socio-económicamente?

 

¿Porque, a pesar de tener una cuota significativa -y cara- de carne Hilton para la Unión Europea, la Argentina nunca cumplió con la misma?. Y lo que es mucho peor, ¿porqué el consumo interno apenas llega a un cuarto kilo promedio (250 gramos/habitante/año), aunque hay países que casi consumen exclusivamente la ovina como los árabes, y en zonas rurales de la Patagonia, o del Litoral, el consumo puede elevarse hasta 15-20 kilos por año?.

 

Cuando se dio el gran cambio en los hábitos de consumo de carnes, que arrancó en los ´90 con el acelerado crecimiento de la demanda de carne de pollo, y luego paulatinamente la de cerdo, que se inició después del 2000, nadie imaginaba que hasta el pescado superaría a los ovinos. Hoy la ingesta total de carne por habitante y por año se divide en 48-50 kilos de pollo y carne vacuna, cada uno de ellos; más alrededor de 20 kilos de cerdo, y se estima que asciende a 10-12 kilos la demanda de pescado, vs los 450 gramos ya mencionados de los ovinos. (!!)

 

Lo inexplicable es que los espectaculares avances tecnológicos como el freezer, los microondas, el envasado al vacío, la comidas ya preparadas las comunicaciones, los containers refrigerados, etc., sumados al tamaño adecuado del animal para un consumo doméstico o de baja escala, y al aprovechamiento de todos los productos y subproductos (lana, leche, pezuñas), no alcanzaron para lograr un despegue de la ovinocultura, que tuvo una cierta reacción en los ´90 con la reglamentación local de las denominaciones de origen (D.O.) que sirvieron, por ejemplo, para la gran difusión del “cordero patagónico” y que, al ser tomado por los grandes chef, registró un impulso que después no logró mantener la tendencia creciente.

 

De hecho, la declinación que se inició a mediados de los ´50 llevó a que en 1960 la majada fuera de 48 millones de cabezas pasando a 32 millones en 1980, de ahí a 24 millones en 1990 y hoy apenas a la mitad, en solo 580 establecimientos.

 

Sin embargo, con políticas generales adecuadas (y válidas para cualquier producción), e incentivos mínimos para la industrialización, y clasificación en zona, etc., la actual tendencia mundial hacia los productos naturales, como la lana, en detrimento de las fibras sintéticas, y el desfase negativo respecto a otras carnes permiten prever una mejora en la perfomance de una actividad que fue líder en Argentina, al punto que muchos capitales ingleses invirtieron en establecimientos productores en distintas partes del país, pero que en ovinos se orientaron especialmente a la Patagonia sur, donde se concentró durante las primeras décadas del siglo XX la principal actividad.

 

“Al igual que todos los productores de bienes primarios exportables en Argentina, se beneficiaban de la brecha existente entre los precios externos e internos. Más aún, como los ingresos de la estancia provenían mayormente de la venta de productos cuyos precios se fijaban o eran fuertemente influidos por el mercado internacional, los beneficios de la devaluación eran mayores que los perjuicios, como puede apreciarse por el uso que se hacía de la exportación de lanas como forma de remitir las ganancias”, como bien señala Eduardo José Miguez en su libro “Las tierras de los ingleses en la Argentina (1870-1914)”.

 

Nada para inventar. Solo repetir, pero con las tecnologías actuales, y en distintas partes del país.