Tecnología siglo XXI, mano de obra siglo XIX

Escribe Susana Merlo

Mientras políticos, funcionarios y medios se concentran y debaten sobre la campaña política y en las próximas elecciones, o sobre los veganos versus los “hombres de a caballo”, una revolución silenciosa, pero muy acelerada, viene teniendo lugar sin que nadie parezca darse cuenta demasiado lo que está ocurriendo. Sin embargo, día a día, se impone algún cambio en la vida cotidiana que remite, justamente, a la progresión geométrica que la tecnología, que de ella se trata, está alcanzando en el mundo en general, y en Argentina en particular, tal vez apenas vislumbrada por los casos muy mediáticos de jóvenes o niños que acaban de alcanzar logros muy destacados a nivel internacional. Fuera de eso, es relativamente poco el nivel de conciencia al respecto y, mucho menos la preparación, tanto educativa como operativa, que se esta dando a nivel general, con currículas académicas de hace décadas atrás y favoreciendo mayoritariamente a carreras de grado tradicionales, mientras las nuevas opciones casi no son tenidas en cuenta.

Y uno de los ejemplos más contundentes de lo que ocurre, y al punto que se puede llegar de no mediar correcciones , lo constituye el campo, probablemente hoy por hoy el sector tecnológicamente más avanzado del país ya que su producción incluye robótica, ingeniería genética, control satelital, hardware, y todas las aplicaciones posibles de las ramas más avanzadas de las ciencias que irrumpieron con la generalización de la computadora, internet y la web. Hoy se comercializa hacienda vía remota, las propias máquinas agrícolas calculan su velocidad y ritmo de trabajo; determinan la cantidad de producto a utilizar en cada potrero, o indican vía un chip, como evoluciona la preñez de una vaca.

Se multiplican los sistemas que funcionan con energía eólica o solar, incluidos en los instrumentos más impensados.

Seguramente, la mayor cantidad de drones efectivos en el país hoy se está utilizando en el campo, desde para evaluar un monte, una forestación, ver los daños que puede haber causado una inundación, o directamente para medir un potrero. Ya no extraña ver un computadora en la manga y, mucho menos, lectores de barras que identifican cada animal que pasa. Lo mismo sucede en los comederos de los tambos mientras se ordeña, capaces de definir “solos”, el peso de la suplementación que se le “debe” dar a “ese” animal, ya identificado e individualizado.

La reciente edición de los premios Cita a la innovación, que tuvo lugar en la Rural, fue la manifestación más clara de lo que ocurre, ya que la mayoría de los galardones incluían las más recientes novedades tecnológicas desde la nanotecnología (que trabaja a nivel de nanoescala, o sea, medidas extremadamente pequeñas -“nanos”- que permiten manipular las estructuras moleculares y sus átomos) lo que posibilita, tanto el mayor aprovechamiento, por ejemplo de agroquímicos reduciendo su desperdicio, como el mucho mayor efecto de poder reacomodar átomos logrando nuevos productos.

Igualmente, la aplicación de la robótica permite ahora ofrecer hasta una balanza (de hacienda) autónoma, que funciona por wifi y permite contar con los datos a distancia al mandar la información (obtenida por sensores electrónicos) directamente a la “nube”. Hace muy poco también se presentó el field view, programa que posibilita ahora medir las distintas porciones de terreno y la eficiencia de cada máquina y equipo puesta sobre él, a fin de lograr en todos los casos el máximo aprovechamiento de los recursos utilizados, y con el desperdicio mínimo, tanto de tiempo como de productos. Tanto es así que, comparando un cultivo tradicional de maíz como “testigo”, con otro que aplica el field view , se logra hasta un 38% más de rendimiento, con los mismos elementos utilizados para el cultivo tradicional.

Se podrían mencionar cientos de  novedades y no alcanzaría porque cada día surgen nuevas opciones pero, simultáneamente, ¿que está sucediendo con quienes deben “generar” y utilizar estas tecnologías? Pues NADA, mas allá de algunas individualidades. Lo cierto es que buena parte de la masa laboral no está  siendo adiestrada en las nuevas técnicas y van quedando fuera del mercado de trabajo por esta razón. Del otro lado, cada vez se hace más difícil, en especial en el interior, conseguir la mano de obra calificada capaz de manejar estas máquinas e instrumentos, y mucho más, que sean capaces de arreglarlos si dejan de funcionar.

La educación sigue, en todos los niveles, con los planes que mayoritariamente se elaboraron en las primeras décadas del siglo pasado e, incluso, con las disciplinas que eran más valoradas en aquellos tiempos como las Humanidades, en especial, la abogacía. Luego se agregó la sicología y un poco después los contadores. Químicos, biólogos, técnicos nucleares, o genetistas que son, entre otros, los que hoy se requieren, ni hablar.

Lo mismo ocurre hasta con lo más simple: los técnicos en computación. Después de todo, ¿para que va a haber técnicos si no hay conectividad??? Difícil entonces pensar el futuro inmediato con una tecnología siglo XXI, pero con mano de obra del XIX…