¿Y si el viento sigue de frente…?

No es derrotismo, pero hace más de 6 meses ya se planteaba que “el viento había rotado”. Ya el impulso de cola había cambiado y amenazaba con profundizarse.

Pues bien, los peores presagios se cumplieron y de la peor forma, ya que el país, en su conjunto, retrocedió varios escalones y en los frentes más variados, desde  su inserción internacional, hasta la (in)seguridad jurídica, pasando por su economía y por el entramado social.

A su vez, en términos económicos, mientras el nivel de gasto público sigue creciendo alegremente, como en las mejoras épocas del auge internacional de precios (que todo lo enmascaraba), los ingresos siguen cayendo geométricamente producto de la caída en las cotizaciones internacionales de los principales rubros de exportación, y de la ya inexistente competitividad local, incapaz de licuar los costos internos crecientes y las devaluaciones sucesivas de vecinos y competidores que, directamente, terminaron de sacar a la Argentina del mercado internacional en las últimas semanas.

Por supuesto que el sector agroindustrial no es una excepción a esta regla, ni siquiera con la otrora “estrella” económica: la soja.

Forzados a conformarse solamente con el mercado interno que, a su vez, ya es incapaz de absorber mayores volúmenes de alimentos (al contrario), el grueso de la producción del campo se debate ahora entre el quebranto, el endeudamiento creciente y/o la postergación al máximo de cualquier operatoria a la espera de alguna forma de “milagro”.

Sin embargo, tal posibilidad es cada vez más esquiva. El Gobierno no tiene en sus planes corregir los desfases producto de sus propias malas políticas y que, entre otras cosas,  generaron transferencias millonarias desde “el campo” hacia otros eslabones de la cadena incluyendo, en muchos casos, hasta los consumidores. Algo similar a lo que ocurrió con las tarifas.

Nadie espera que en los meses que restan de 2015 haya, por ejemplo, una eliminación de los impuestos a la exportación (retenciones), ni siquiera de los productos que ya no se exportan (la mayoría), ni mucho menos una devaluación correctiva del tipo de cambio para recuperar competitividad, o la eliminación de alguna de las múltiples restricciones al comercio que alteraron los mercados en los últimos años, caso los Roes, los permisos para exportar, los cupos, los precios límite, etc.

Para colmo, en algunos productos, después de un largo período de bonanza climática (casi tan largo como el de altísimos precios internacionales), las contingencias climáticas que se vienen sucediendo desde mediados de 2013, sumadas a la caída en la utilización de insumos, provocaron pérdidas graves no solo en el volumen de producción (mucho del cual se sigue negando), sino también en la calidad, tal el caso del trigo de esta última campaña, con un porcentaje mucho mayor que el habitual de granos “no panificables”, lo que también dificulta su ya compleja  comercialización.

Frutas, pesca, leche, vino, etc. atraviesan por lo mismo.

Sin duda el panorama no es alentador. Pero como dice la Ley de Murphy (que no es López): “si algo puede empeorar…, ¡empeora!!”, las perspectivas no son para despertar ningún entusiasmo.

Es que el estancamiento relativo de la economía mundial, hace que los niveles de demanda, especialmente de comida, se mantengan entre flojos y estables, a pesar de la tracción que siguen manteniendo las ahora más acotadas compras chinas.

Por otra parte, la posibilidad de que los Estados Unidos incrementen su voluminosa área de siembra, especialmente de soja que, junto con el maíz cubre más de 70 millones de hectáreas casi por partes iguales cada uno de ellos (más del doble que la totalidad de la superficie argentina, y solo con 2 cultivos), determina que las previsiones de precios para los granos, no sean demasiado buenas, hasta ahora.

Y, dado que este rubro constituye el grueso de las exportaciones del país y, por ende, del ingreso de divisas y, a su vez, se erige uno de los ítems importantes de la recaudación fiscal vía las retenciones, entonces el panorama pasa a ser desalentador, tanto para el país, como para las provincias y, mucho más para los productores.

Ante esto, no alcanza con las “expectativas” positivas que implica un cambio de Gobierno dentro de 8 meses, y tampoco con las “promesas” electorales de los candidatos.

Más vale, se requeriría de una inmensa cuota de realismo, tanto de los “salientes”, como de los eventuales “entrantes”, capaz de  parar la hemorragia que mantiene al paciente en estado “reservado”, y con crecientes posibilidades de empeorar.