La vieja y la nueva

Más allá del voluntarismo oficial que hasta hace pocos días seguía hablando de “cosecha récord”, parece que el clima también se complotó contra la Argentina y, debido a las lluvias que prácticamente se suceden desde febrero pasado (después de calores de infierno y de una seca significativa), es imposible aún terminar con la cosecha “vieja”, es decir, la 2013/14, lo que demuele cualquier posibilidad de un supuesto “récord”.

Simultáneamente, la “nueva”, es decir la campaña 2014/15, que ya debía haber arrancado con el trigo y otros cultivos de invierno, sigue sin poder avanzar por las mismas razones, o sea, por exceso de humedad en plena zona de producción, lo que impide entrar con tractores y sembradoras, de forma tal que apenas se implantó alrededor de 30% de la superficie estimada.

Así, según los datos oficiales, todavía falta recolectar más del 50% del maíz y alrededor de 15% de la codiciada soja, es decir, unas 12 millones de toneladas y 6 millones de toneladas, respectivamente. Sin embargo, tienen casi la misma gravedad, las pérdidas de rendimiento que se vienen registrando desde hace semanas, aunque algunos organismos sigan manteniendo los datos retrasados, mucho más alineados a los números oficiales.  Algo así como: “aquí no a pasado nada…”.

Dicho de otra forma, los 55 millones de toneladas de soja que, según el Gobierno, se iban a lograr (y que no pocos ya discutían aún  antes de todos los problemas climáticos), ahora deberían descender a alrededor de 50 millones, aunque varios observadores recortan esa cifra en, al menos, un par de toneladas más.

La situación del maíz es aún peor ya que por arrastre del feroz desfase de hace exactamente un  año atrás (cuando el Gobierno, inesperadamente, colocó la cosecha ya cerrada en 32 millones de toneladas, con un millón de hectáreas más de siembra, más de 8 millones de toneladas por encima de lo que convalidó el mercado),  ahora se vieron obligados a mantener una estimación de cosecha cercana a los 30 millones de toneladas (o tendrían que reconocer la falsedad de entonces). Así, el estratégico cereal en la realidad ahora se debate entre los 20 y los 23 millones de toneladas, algo por debajo aún, de lo obtenido –realmente- en el ciclo anterior.

Esto significa que el volumen final de cosecha, mal que le pese a algunos funcionarios, estará más cerca de los 90 millones de toneladas, que de los 100 millones y, por supuesto, alejadísimo de la posibilidad de superar los 105 millones como para marcar algún récord.

Y esto significa, nada más y nada menos, que las exportaciones agrícolas (con su consecuente estratégico ingreso de divisas) serán al menos, U$S 5-7.000 millones menores a las calculadas y, a su vez, se perderán ingresos fiscales de las retenciones por alrededor de U$S 1.500 millones…

Por supuesto, que la noticia no va a caer bien en el Ejecutivo y tampoco le hará “ganar puntos” al  cartero de tan malas nuevas, el inefable ministro de Agricultura, Carlos Casamiquela, empeñado en mantener malas (o nulas) relaciones políticas con los principales referentes del agro, tal vez sobreactuando bastante la supuesta decisión del Poder Ejecutivo de mantener “impecable” la decisión de ignorar absolutamente al campo (aunque siga recibiendo de muy buen  grado las divisas y abultados aportes fiscales que este genera), desde los hechos de 2008, con la Resolución 125.

La realidad, de todos modos, muestra que nunca la Administración Kirchner se empeñó demasiado con el campo. Solo basta analizar las capacidades de gestión de la media docena de titulares de Agricultura que se fueron alternando durante la última década, desde Miguel Santiago Campos, hasta el actual Casamiquela.

Creatividad nula, poder político cero, capacidad de gestión escasa y, en el mejor de los casos, buenas personas básicamente incapaces de administrar,  mucho menos a un sector tan estratégico y complejo como el agro.

Y, si bien no debería llamar demasiado la atención (ya que la mediocridad fue una de las principales características de los gabinetes de esta década), sorprende un tanto que el propio gobierno, aunque no sea por el bien del país, sino más vale por el propio, ni siquiera se haya preocupado por poner al frente de esta cartera a alguien capaz, aunque sea, de “atajar algún penal” (ya que estamos en épocas mundialistas).

Los resultados de la decisión oficial están a la vista y no hace falta reiterarlos: el atraso relativo de la producción agropecuaria argentina, especialmente de alimentos, frente a los principales competidores y hasta respecto al crecimiento operado en los países vecinos,  exime de mayores comentarios.

Lo que seguramente no se esperaba en los alrededores de Balcarce 50, es que al igual que el Juez Griesa (de EE.UU), el clima también se complotara contra la Argentina y la recortara, al menos, una docena de insustituibles millones de toneladas (o sea, de dólares) de la “vieja” cosecha, pero que también ya incide sobre la “nueva”, especialmente en un grano como el trigo, que hace apenas un año atrás, amenazó con no alcanzar, siquiera, para “la mesa de los argentinos”….