Tapando el sol con las manos…

El reciente, e inesperado, aumento de las asignaciones familiares por hijo, además de reconocer formalmente la inflación y, por ende,  la necesidad de adecuación de los montos (algo que, hasta ahora, no se autoriza en el Impuesto a las Ganancias, ni en Bienes Personales, ni en el ajuste por inflación de las inversiones), también mostró con total crudeza el nivel de improvisación absoluta con que está actuando el Gobierno.

Probablemente la medida, realmente haya respondido más a la necesidad mediática de neutralizar, aunque sea parcialmente, el multitudinario acto de los sindicalistas Moyano y Barrionuevo en la Plaza de Mayo, que a las urgencias de los más necesitados, como sostienen no pocos.

También podría considerarse el hecho de que apuntara a “reactivar” la cada vez más alicaída demanda interna, hoy por hoy, casi el único motor de la economía, ante el parate de las importaciones, y las restricciones que se mantienen para exportar, lo que agudiza la desaceleración de la actividad industrial en distintos frentes.

Las suspensiones, el corte de horas extra, los cierres parciales, y hasta algunos totales, en plantas de los rubros más variados, siguen sumando presión social y hasta cuestionamientos al Gobierno de parte de los sindicatos más afines que ya no pueden hacerse los distraídos ante las demandas –justificadas- de sus bases.

La baja, primero registrada en rubros suntuarios, y luego en los que no son de primera necesidad (como los autos, o el turismo de fin de semana), en el último mes ya había alcanzado a productos esenciales, desde medicamentos hasta productos de la canasta básica. Fruta, leche, harina, etc. aparecen desde marzo en franco retroceso y, si la tendencia no alcanzó también a la carne, que continuaba con demanda interna firme fue, seguramente, porque era uno de los rubros que menores aumentos comparativos había registrado a nivel de mostrador hasta ahora.

Es probable, que la suba en las asignaciones sociales, especialmente en un estrato de la población en el que el gasto alimenticio ocupa uno de los porcentajes mayores dentro de los gastos, permita neutralizar un tanto la caída de la demanda, lo que seguramente va a descomprimir un poco la situación de muchas alimentarias y sus gremios, que de todos modos siguen acosadas por la presión impositiva y los altos costos laborales.

Además, esta menor actividad industrial y comercial, también le da cierto “respiro” al Gobierno vía la menor demanda de energía, probablemente el sector más crítico en el corto y mediano plazo.

Es casi imposible imaginar cual sería ahora la situación si hubiera una economía próspera y activa, con necesidades energéticas 20% superiores a las actuales.

Pero, ¿Hasta cuando se puede mantener esta situación con medidas improvisadas, con “ayudas” logradas de “rebote”, y sin atacar realmente los problemas de fondo?.

Para los analistas más equilibrados, el alto nivel del gasto público y el endeudamiento creciente, son las herramientas que mantienen artificialmente el esquema por ahora. Sin embargo, coinciden simultáneamente en la necesidad de revertir las tendencias y descomprimir la situación, aunque hasta ahora, no se percibe ninguna reacción en este sentido de parte del Gobierno.

Por eso, también el pesimismo se va generalizando y solo se prevé alguna “dilación” en los acontecimientos finales, si se volviera a la estrategia de una devaluación  gradual, lo que tampoco está ocurriendo.

Por eso también es emblemático el ejemplo de lo que está ocurriendo en el campo y la agroindustria, ya que tradicionalmente estos se constituyeron en una especie de “termómetro” de lo que meses después, ocurre en el resto de la economía.

Y ahí las cosas son clarísimas: la desaceleración es marcada; los grandes inversores ya se retiraron (pooles de siembra y varias empresas extranjeras); la producción está estancada hace 5 años en el mejor de los casos, o en franco retroceso en los peores. El endeudamiento es creciente y la ausencia de incentivos determina que la actividad sea mínima y que haya anomia hasta para vender.

Obviamente, la conjunción de restricciones energéticas, un mercado interno limitado y exportaciones acotadas frente a costos crecientes, lo mismo que la presión impositiva, son las principales razones de la expulsión de mano de obra del sector alimentario, a pesar de su potencial y de la aún buena situación del mercado internacional.

Lo más grave, en este caso, es que literalmente hablando, “lo que no se siembre ahora, es lo que no se cosechará el año que viene”, y entonces será demasiado tarde.

Igual que al principio: es imposible tapar el sol, con las manos, o confiar en que siempre van a salir conejos de la galera (salvo que se los ponga allí antes….)