“Vivir con lo nuestro” sale demasiado caro.

Tras tanta reiteración desde el Gobierno, la frase “vivir con lo nuestro” se fue incorporando a la vida cotidiana de mucha gente. En la mayoría de los casos fue una adopción automática a las conversaciones habituales, casi sin ningún análisis, y también sin abarcar demasiado el concepto.

Pero en realidad, ¿qué significa “vivir con lo nuestro”? A la luz de los resultados, poco bueno.

Es que lo primero que aparece tras la afirmación es el aislamiento general en el que se va sumiendo al país.

“Vivir con lo nuestro” significó cerrar las principales exportaciones y restringir fuertemente las importaciones, lo cual va repercutiendo en los niveles de producción global que podrían ser sensiblemente mayores de no haber mediado estas medidas.

También implicó acotar fuertemente el acceso a la tecnología
hoy disponible en un mundo que optó exactamente por lo opuesto que la Argentina: la globalización, o sea, el intercambio continuo de bienes y servicios, desde y hacia todos lados.

Nadie produce todo lo que necesita. Es más, los mayores exportadores son, en general, muy fuertes importadores, como Estados Unidos o China.

La interdependencia es cada vez mayor.

Pero en Argentina, “vivir con lo nuestro” también significó no afrontar los compromisos pactados, dentro y fuera del país. Desde los jubilados a los inversores o a los bonistas. En todos los casos el mensaje pareció ser: “si no puedo, no pago (y no me importa)”.

El resultado está a la vista: cada vez se complica más conseguir créditos. Cada vez es más caro el dinero al que puede acceder la Argentina, comparando las posibilidades que tienen otros países.

La fama internacional lograda no es buena. La disipación, el incumplimiento y el cambio unilateral de los acuerdos aparecen ahora como las características salientes, y esto determina que, aunque sobre dinero en el mundo, son pocos los que se animan a arriesgar aquí.

Eso, a su vez, impide contar con fondos para las grandes obras públicas que se siguen atrasando (rutas, diques, puentes, dragados, represas, etc.) que, por otra parte, impiden el desarrollo e integración de vastas áreas del territorio.

Pero también, complica conseguir los montos que financien el déficit de energía, o que posibiliten las colocaciones de bonos, como los de YPF.
“Vivir con lo nuestro”, equivalente en este caso a “ser socio de nadie”, acrecienta la vulnerabilidad del país en materia de seguridad y defensa.

Más aún, aleja a la Argentina de la alta productividad, le niega el acceso a la más moderna tecnología y lo aparta de la comunidad científica internacional, como ya ocurría en los ´80, cuando también Roberto Lavagna imponía ese mismo esquema que luego le imprimió a buena parte de la gestión K en esta década pasada.

En el caso del campo y sus agroindustrias, el sistema es demoledor ya que, al mejor estilo Robin Hood, desalienta a los más eficientes para respaldar a los menos competitivos o, directamente, a los ineficientes que necesitan muletas (subsidios, tipo de cambio diferencial, etc.) para poder moverse.

Mientras se pierden sectores enteros de alta productividad, diversificación y agregado de valor, jaqueados por la restricción de importaciones de insumos y los recortes cada vez más frecuentes de energía, como el sector lácteo (tambos y usinas), el ganadero (productores, stocks y frigoríficos), o la cadena triguera (productores, molinos), entre muchos otros, se siguen transfiriendo recursos de estos hacia otros, como los armaderos de Tierra del Fuego, donde como si fuera un mecano interminable, se vuelven a montar equipos que fueron desarmados antes de ingresar a la Argentina (¿?).

Difícil de entender. Mucho más complicado de explicar.

Solo queda como conclusión que “vivir con lo nuestro” terminó resultando equivalente a “empobrecer el país”, además de aislarlo del mundo.