¿Viajes necesarios?

Es sabido, o al menos se supone, que los viajes oficiales constituyen, en general, uno de los atractivos de la función pública.

Recorrer el mundo siendo esperado en los aeropuertos, sin hacer colas, con salones VIP reservados ad hoc, con hoteles 5 estrellas, traslados y comidas “all inclusive”, etc., suele resultar un descubrimiento fantástico, especialmente para aquellos que no habían viajado demasiado previo al cargo y, mucho menos, con toda ese oropel.

Pero se supone que estos viajes –costosos– son en función de “algo”. Para arreglar algún problema, avanzar en negociaciones delicadas o poner presencia política del país en los foros internacionales, entre otras varias cuestiones, todas trascendentes.

En general, en los últimos años, y en casi todo el mundo, el fuerte de los viajes oficiales se centró en el comercio. Hasta la diplomacia, otrora de “salón”, se fue transformado en un brazo activo, y estratégico, de las empresas de cada país para poder vender o conseguir capitales/socios para ampliarse.

Sin embargo, la Argentina está dando muestras claras de otras opciones, no demasiado definidas, pero que sin duda no son ninguna de las mencionadas.

Y no hace falta abundar en ejemplos para mostrar como en el plano “diplomático” el país se colocó prácticamente en las “antípodas”, en algunos casos, hasta del sentido común. Desde la Cumbre de las Américas en Mar del Plata, hasta la posición y declaraciones sobre Medio Oriente, pasando por el “Caso Fragata”, el listado es interminable.

Los bochornos y metidas de pata en el mundo de muchos funcionarios políticos locales son bien conocidos y podrían llenar varios tomos. Algunos divertidos. Otros directamente vergonzosos.

Pero si de comercio se trata allí es donde quedan en evidencia las mayores inconsistencias.

Es que mientras en el plano interno se sigue perdiendo competitividad, hay mayores costos, atraso del dólar, se limitan las ventas, se aplican “retenciones”, se imponen restricciones para exportar, se inventaron los temidos Roes (permisos previos para poder sacar mercadería), ni siquiera se mantienen la infraestructura existente de caminos y puertos, etc., y, según el relato oficial, mucho de todo esto se hace para “defender la mesa de los argentinos” abaratando los precios internos de los productos, mayormente de los alimentos, en el plano internacional la postura es exactamente la opuesta.

El ejemplo más contundente fue el del Grupo de los 20 cuando las cotizaciones internacionales de los granos se dispararon, dividiéndose el grupo entre los que querían acotar esos precios (por el costo que les implicaba a los países pobres que compran comida), y los que defendían a ultranza la libertad del mercado, mientras internamente se sigue “pisando” el potencial productivo agrícola.

Obviamente, “tranqueras afuera” Argentina se enroló en este último grupo.

Pero sin llegar a ese extremo, se sabe que cada vez son más complicadas las condiciones para producir, y mucho más para poder exportar. La carne vacuna, la leche, el trigo y ahora hasta los huevos, son pruebas palpables de las dificultades de los empresarios que reclaman disminución del “costo argentino”, actualización del dólar, eliminación de las restricciones para vender en el exterior, devolución en tiempo y forma de los impuestos que no se exportan (como el IVA), de los reintegros, etc.

También es bien conocido que el país dejó de ser un proveedor confiable de los principales mercados que tenía, varios de los cuales fue perdiendo desde la Cuota Hilton a Europa, hasta el trigo a Brasil. Plazas que eran prácticamente “cautivas” de la oferta argentina pero que se van diluyendo y, en la medida que Argentina se repliega, avanzan otros oferentes, varios vecinos, como Uruguay en el caso de leche, carne, etc.

Pero lo más llamativo no es solamente esto, sino más vale el hecho de que en este contexto, lejos de disminuir los “viajes oficiales” y las “misiones comerciales”, siguen aumentando y cada vez a lugares más exóticos o alejados. Desde Arabia hasta Mozambique, desde algún pequeño país africano hasta los más alejado de Asia donde nuestros productos commodities no pueden llegar por los larguísimos (y costosos) fletes y porque Argentina no tiene volumen suficiente para abastecer esas demandas.

¿Cómo es posible que se desatiendan los mercados cercanos, vecinos y simultáneamente se diga que se trabaja para vender lo imposible en lugares remotos?

¿Cuál es la política que se sigue? ¿Vender masivo o ir a nichos? Y en ese caso, ¿dónde están las medidas y los instrumentos para que las empresas puedan avanzar en el remanido “valor agregado” del que se abusa en los discursos, pero para el cual todas son contras y no facilidades?

En realidad, los funcionarios viajan para mejorar los términos comerciales de la Argentina… ¿o para hacer turismo a cargo del Estado a lugares que de otra forma nunca hubieran ido, y a los que jamás habrían accedido en niveles de hotelería por su propio bolsillo?